En un rincón escondido de la ciudad, donde las luces de neón apenas llegaban, vivían Carla y Lucía, dos mujeres que habían construido su mundo a base de complicidad y deseo. Eran amantes, confidentes, y, sobre todo, un torbellino de energía que no dejaba indiferente a nadie. Un día, entre risas y una botella de vino, decidieron que su vida necesitaba un giro, algo que rompiera la monotonía de sus días. Fue entonces cuando apareció él: Marcos, un hombre tímido, de mirada baja y disposición sumisa, que parecía haber nacido para cumplir órdenes.
Lo adoptaron como quien adopta una mascota, pero con reglas muy claras. Marcos no era un igual, no en su reino. Lo primero que hicieron fue despojarlo de su ropa, dejándolo desnudo y vulnerable bajo la luz tenue de su apartamento. "Así te queremos", dijo Carla con una sonrisa afilada, mientras Lucía, más silenciosa pero igual de firme, ajustaba un aparato de castidad alrededor de su miembro. El metal frío se cerró con un clic, y Marcos, arrodillado en el suelo, sintió cómo su voluntad se desvanecía entre los dedos de sus nuevas dueñas.
Las mañanas comenzaban con el sonido de sus pasos. Carla, con su voz grave, le ordenaba preparar el café, mientras Lucía lo observaba desde el sofá, sus piernas cruzadas y una ceja arqueada. No había espacio para la rebeldía; el menor titubeo era corregido con un chasquido de lengua o, en días más duros, con un tirón de la correa que a veces le ponían al cuello. Desnudo, siempre desnudo, Marcos se movía por la casa como una sombra silenciosa, su piel expuesta al capricho de las miradas de ambas. El aparato de castidad, un recordatorio constante de su lugar, lo mantenía en un estado de tensión perpetua, un juguete vivo para sus amas.
A veces, Carla y Lucía se besaban frente a él, dejando que el calor de sus cuerpos llenara el aire mientras Marcos, de rodillas, las observaba sin poder hacer nada más que imaginar. "Míranos bien", le susurraba Lucía, su tono cargado de burla dulce, "esto es lo que nunca tendrás". Y él obedecía, porque en ese mundo que ellas habían construido, su sumisión era el precio de su existencia.
El tiempo pasó y la rutina de Marcos se volvió una danza de obediencia y humillación, pero nada lo preparó para aquella noche. Carla y Lucía, con ese brillo travieso que las caracterizaba, decidieron organizar una fiesta en su apartamento. Invitaron a sus amigos más cercanos, un grupo variopinto de almas libres que compartían su gusto por lo excéntrico. La casa se llenó de risas, música y el tintineo de copas, pero el verdadero espectáculo llegó cuando las anfitrionas decidieron presentar a su "mascota".
Carla apagó la música por un momento y dio una palmada para captar la atención de todos. "Queridos", anunció con una sonrisa que destilaba autoridad, "tenemos una sorpresa para ustedes". Lucía, a su lado, tiró de la correa que colgaba del cuello de Marcos y lo arrastró al centro de la sala. Desnudo, como siempre, con el aparato de castidad brillando bajo las luces, Marcos sintió todas las miradas clavarse en él. Algunos rieron, otros silbaron, y un par de invitados intercambiaron susurros curiosos.
"Este es Marcos", continuó Carla, paseándose a su alrededor como una domadora mostrando a su fiera domada. "Nuestra puta barata. Hoy está aquí para servirles. Hagan con él lo que quieran". Lucía soltó la correa y dio un paso atrás, cruzándose de brazos mientras observaba la escena con una mezcla de orgullo y diversión. Los invitados no tardaron en acercarse. Algunos lo tocaron con curiosidad, recorriendo su piel con dedos fríos; otros le lanzaron órdenes humillantes, como traerles bebidas de rodillas o limpiarle los zapatos a alguien con la lengua.
Marcos, atrapado en su papel, obedeció sin rechistar. La noche se volvió un torbellino de risas y excesos, y él, el centro de todo, fue usado y exhibido sin descanso. Carla y Lucía, desde un rincón, se besaban entre risas, deleitándose con el caos que habían desatado. Para ellas, aquello no era solo una fiesta: era una demostración de poder, una obra maestra de dominio que habían escrito con la sumisión de Marcos como tinta.
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