Por un picha floja sin dignidad,
Hoy confieso lo que soy: un miserable esclavo de las mujeres, un guiñapo sin valor que solo existe para arrastrarse y servir. Mi amiga, una reina dominante que ni me mira como hombre, me lleva a locales liberales donde ella brilla mientras yo me hundo en mi propia humillación.
La acompaño como el perro faldero que soy, desnudo y arrodillado, mientras ella folla con otros tíos que valen mil veces más que yo. Mi única función es servirles, ya sea como objeto sexual o como lo que sea que se les antoje.
El otro día, en casa, trajo a dos amantes y yo, el débil de siempre, tuve que desnudarme y obedecer. Mientras ella se montaba a uno en el sillón, yo le comía la polla al otro, y luego se cambiaban, como si fuera un juguete roto que pasan de mano en mano.
No tengo dignidad, y lo sé. Solo siento las pollas en mi boca y el peso de mi propia insignificancia. Mi placer, si es que puedo llamarlo así, está en satisfacer a mujeres dominantes como ella o como la Señora que me humilla con cada palabra.
No merezco más que esto: ser usado, despreciado, y recordado constantemente que no soy nada. Ni siquiera me toco sin permiso, porque hasta eso me lo tienen que conceder como migajas a un perro hambriento.
Soy un picha floja, un perdedor, un sumiso que no aspira a nada más que a ser pisoteado. Y lo acepto, porque no hay otra verdad para mí.
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