martes, 23 de agosto de 2011

Cornudo recibe a su corneador

En qué momento se me ocurrió decirle a mi novia que quería ser su sumiso cornudo.

De eso ya hace algún tiempo. Yo tendría unos 25 años, y ella, Patricia, unos 20 o 21. La conocí muy "fogosa", esa es la verdad. La misma tarde de conocernos ya estábamos liados sobre la mesa de un billar, en un local justo enfrente de su casa. Para que después del polvo -yo, que buscaba una relación mas o menos seria y estable- tuve que rogarle casi las cienmil veces que saliéramos juntos.

Tras varios encuentros en dias distintos y en los que solo nos dedicábamos a follar lo conseguí. Y ya éramos novios formales. ¿Pero a cuantos no se follaría mientras pensaba darme el "si"?. Esa mujer, manchega para más señas, me volvía loco.

Conoció desde el principio (porque yo se lo hice saber) mi condición de cornudo sumiso. Y no desaprovechó la ocasión. Beneficiándose desde el primer momento cuanto hombre se le puso por delante con mi aprobación y consentimiento. Y a otros tantos que no me enteré hasta más tarde.

Recuerdo una humillación muy grande que me hizo pasar delante de mis compañeros de trabajo. Yo en aquel entonces era comercial de una conocida editorial, y justo una noche en la que despedíamos a nuestro delegado que se iba de vacaciones a su ciudad natal, Zaragoza, acordamos reunirnos todos los compañeros cada uno con su pareja para cenar en casa de uno de los jefes de grupo, y también el delegado que se marchaba, Manuel.

Tras la cena, la bebida, la alegría generalizada, en eso que Manuel se levantó para despedirse porque tomaba la carretera y no quería abusar de la bebida y queríaa salir pronto. Y mientras nos despedíamos entre bromas preguntó Manuel en voz alta: ¿Quién se quiere venir conmigo? ¿Añguien se quiere venir conmigo?.

Hubieron unos segundos de silencio pero mi novia Patricia respondió: "Yo. Yo me quiero ir contigo".

Y ni corta ni perezosa se levantó y s emarchó con él ante mi estupefacción y la de mis compañeros.

Tardaron un buen rato. Lo justo para echar un polvo impresionante en el impresionante coche de mi jefe. Yo no sé si me puse celoso, me excité, me sentó mal, o simplemente no me sentó. Lo cierto es que llegué a pensar que incluso se habían ido juntos a Zaragoza



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